Cuando todo está perdido

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Cuando todo está perdido, cuando


nuestro corazón -pobre animal desnudo-


deja su prisión de piel y huesos


y se queda fuera, saltando solo


junto a alguna puerta, en el asfalto


de una carcomida calle cualquiera;


Cuando alguien que amamos nos ha dado,


como una limosna manchada,


por única vez, por última


vez, lo que quisimos, ella sola,


y en cambio nos ha quitado todo,




entonces un viento enorme y duro nos hiere,


y el recinto hueco del pecho


se nos va llenando, desde el fondo,


de un dolor espeso, de un atole


amargo y salobre, y la garganta


se anuda en el ansia de contenerlo.




No es lo mismo estar enamorado


que amar.


El que ama, seguramente,


no está solo, sufre de otra manera;


encuentra la paz, se cumple gozoso


pudiendo sufrir por los que ama.




Pero esta pasión inútil, dañina,


que sólo pretende lo que no puede


tener, que destruye lo que consigue;


esta corrosiva nostalgia


que no llena más objeto que hacernos


morir de rencor y de ternura,


que nos cambia en odio la tristeza,


no tiene razón que la explique.




Qué lejos, qué absurdamente distantes


las humildes alas desplegadas


sobre el desamparo del mundo,


la sangre dispuesta a brillar por otros,


el perfecto amor, la fuerza pura


de la santidad y del heroísmo.




Algo, sin embargo he comprendido:


que hay muchos caminos que desconozco


y que no es tan corta nuestra vida.




Rubén Bonifaz Nuño
Los demonios y los días

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